“El pueblo colombiano que es quien sufre los
efectos del conflicto, debe ser el protagonista del esfuerzo verdadero en
ponerle fin para que dicho conflicto sea un capítulo más del pasado, en la
historia nacional.”
¿La Paz
de Quién? Reflexiones sobre el inicio de los diálogos de paz.
Revista
Insurrección, 22 de Octubre de 2012
El pasado 18 de Octub|re con la instalación de la mesa
de dialogo, entre el gobierno colombiano y las FARC en Oslo Noruega, se inició la
fase dos, un nuevo y laudable esfuerzo por la paz de Colombia.
Las diferencias existentes entre las partes, que brotaron
en pronunciado caudal, tanto en las palabras protocolares como en la Rueda de Prensa,
encendió los ánimos de los grandes medios informativos y de los comentaristas del
régimen, que han torpedeado y hecho daño a los procesos de paz anteriores.
Esa carga negativa que se arroja ahora sobre el futuro
de los diálogos, perjudica estos esfuerzos y contradice la aureola optimista de
los días anteriores.
Hay que ser realistas, lograr una paz estable y duradera,
pasa por un proceso de construcción y largo aliento, donde se requiere mucha comprensión,
flexibilidad y tolerancia de los contrincantes, en el que no sólo el Gobierno y
la insurgencia sean los depositarios de esta loable meta, sino la nación entera
con su diversidad regional, sectorial, generacional y cultural.
Ojala reflexionen los grandes medios informativos y
entiendan que este comportamiento genera desconfianza y no ayuda a sembrar, sino
que le da fuerza a los enemigos de la paz para que le pongan palos a las ruedas.
Si de verdad se está pensando en la terminación del
conflicto para que por fin los colombianos podamos convivir en paz, es necesario
que se rodee la mesa con la critica sana ante fallas que puedan cometerse, entendiendo
que se dialoga entre contendientes que son humanos, que defienden ideas y proyectos
contrarios, y cargan el cúmulo de heridas y sentimientos causados en medio siglo
de guerra.
Es cómodo mirar la corrida de toros desde la barrera
y asumir posturas descalificadoras y sesgadas, desde una de las esquinas e intereses
de los contendientes. Esta manera parcializada de actuar, estropea el camino de
la salida incruenta, que reclaman las grandes mayorías de la Nación y le sirve y
apuesta, no a la paz sino a una de las partes que busca resolver el conflicto sin
que nada cambie para que todo siga igual.
Es entendible que existan interrogantes y surjan otros
en la medida que pasan los días, así como desconfianzas y falta de credibilidad
de parte y parte sobre el cómo y a qué costo se logra la terminación del conflicto,
para que pueda reinar la paz.
Cabe preguntarse, ¿de verdad se está por un futuro de
país para todos y no solo para unos pocos y qué implica hacer cambios? De ser así,
el proceso que se inicia no debe torpedearse, sino apuntalarse con el concurso de
los distintos sectores sociales que históricamente han trabajado por la paz y la
han convertido en motivo de lucha permanente.
No solo es la guerrilla, como algunos lo pretenden,
la que debe hacer los esfuerzos hacia la paz, sino también la oligarquía como contraparte,
a través del gobierno que la representa, desactivando las causas originarias y que
alimentan el conflicto interno, que no es solo armado, sino y fundamentalmente social.
El pueblo colombiano que es quien sufre los efectos
del conflicto, debe ser el protagonista del esfuerzo verdadero en ponerle fin para
que dicho conflicto sea un capítulo más del pasado, en la historia nacional.
No es sensato que el Gobierno se plantee reducir la
participación de la sociedad a una dinámica de unos foros, argumentando que enriquecerán
la mesa de dialogo, cuando la realidad demuestra que las organizaciones populares
y sociales tienen una dinámica propia de lucha para exigir su protagonismo en un
proceso de paz, que debe estar estrechamente ligado y en la perspectiva de resolver
los problemas que atañen a las mayorías.
Si el gobierno no entiende esas realidades y pretende
encasillar la lucha de la sociedad por la paz, solo a la a los estrechos marcos
de un congreso desgastado por la corrupción, la parapolítica y los intereses de
grupos de poder de las élites, esa anhelada paz terminará por ser una frustración.
Este momento debe mostrar la grandeza de las partes
contendientes, darle confianza a la sociedad, demostrando que la paz de que hablamos
es la apuesta verdadera donde no hay vencedores ni vencidos sino ganadores, porque
Colombia será el país que empiece a construir justicia y equidad, democracia y soberanía,
lo cual traerá reconciliación, basada en el respeto y el reconocimiento de todas
y todos los colombiano.
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