Antonio García, comandante del ELN |
“Si la oligarquía no ve un pueblo organizado, no va a cumplir acuerdos”. Entrevista a Antonio García, comandante del ELN
Por Hernando Calvo Ospina y Santiago Alba Rico
Rebelión
17-06-2013 / El Ejército de Liberación Nacional, ELN, organización insurgente colombiana, realizó su primera acción armada el 7 de enero de 1965. En un Manifiesto dejaron en claro que su lucha sería por la toma del poder. Desde esas fechas, y hasta 1991, el ELN se negó a cualquier dialogo con el gobierno. Ese año los colombianos conocieron a Antonio García. Fue durante las negociaciones que las tres principales guerrillas (ELN, FARC y Ejército Popular de Liberacion, EPL) realizaran con el gobierno en Venezuela y México.
García, un exuniversitario apasionado de la electrónica, dibujante y poeta, es el segundo hombre al mando del ELN, y su responsable militar. Hoy tiene 57 años y desde 1983 pertenece a la dirección máxima de esa organización. Aceptó reponder un extenso cuestionario, en momentos que el gobierno colombiano, por fin, se decidió a adelantar diálogos con el ELN, los mismos que ya lleva con las FARC en La Habana. En 1996, en la misma ciudad, García lideró el grupo de mandos del ELN que dialogó con el gobierno de Colombia. Buscaban, como ahora, una salida política al conflicto. En ésa, como en otras ocasiones, el gobierno colombiano rompió las negociaciones bajo pretextos para continuar la estrategia de la guerra.
¿Por qué el ELN no se incorporó desde el principio a las conversaciones, cuando el discurso de la organización ha estado claramente orientado al diálogo desde los años 90 bajo los gobiernos sucesivos?
Ha sido difícil abrir un proceso de paz entre el gobierno de Santos y el ELN, por cuanto el gobierno no tiene voluntad de paz y considera que la insurgencia debe aceptarle condicionamientos. La paz se puede construir sólo si las dos partes se respetan y tienen la flexibilidad para sentarse sin condiciones.
El gobierno ha ideado un esquema de paz y quiere que la insurgencia lo acepte. Le gusta la confidencialidad, pero se desvive por hacer público lo que le conviene. De otro lado, busca la paz incrementado las operaciones militares, se niega a acordar un cese al fuego bilatareal, pero si pretende que la insurgencia renuncie a las acciones militares. Le gusta un proceso con amplias ventajas para el establecimiento.
No es la primera vez en la historia reciente de Colombia que se emprenden negociaciones de paz entre el Estado y las fuerzas insurgentes. En las tres ocasiones anteriores (con los presidentes Belisario Betancur, César Gaviria y Andrés Pastrana) todas las esperanzas se vieron frustradas y, por el contrario, los niveles de violencia ejercidos desde el Estado, incluido el paramilitarismo, aumentaron. ¿Hay algún motivo para pensar que esta vez puede ser diferente?
El ELN también lo intentó con el gobierno del presidente Álvaro Uribe. Si bien hemos expresado nuestra voluntad para iniciarlo sin condicionamientos, hasta el momento no hay proceso con el ELN. Colombia requiere de cambios y transformaciones profundas. Las causas que motivaron el alzamiento armado continúan intactas, la inequidad, la injusticia social, la ausencia de democracia, la violación de los derechos humanos, la persecución política y la criminalización de la protesta social son, entre otras, las causas que siguen alimentado el conflicto social y armado.
La guerra sucia y el terrorismo de Estado han sido políticas durante décadas. Los sucesivos gobiernos han acudido a la acción legal e ilegal a la hora de reprimir y acallar la voz popular, de truncar las posibilidades de cambio y transformación del país, no obstante la lucha por una nueva nación continúa. Con diálogo o sin él, la represión se mantiene.
El gobierno ha manifestado reiteradamente que en un proceso de diálogo el modelo económico no será un tema de agenda, esta posición evidencia el propósito de no afectar los intereses de la clase dominante en el país y seguir manteniendo el sistema de privilegios de los ricos, la explotación de la clase trabajadora y la entrega del país al capital transnacional.
Este, y otros condicionamientos, de entrada dejan ver la falta de voluntad del gobierno para acordar cambios de fondo. Santos se empeña en un acuerdo cosmético que no aborda la raíz del conflicto. Un diálogo debe ser sin condiciones, sin ataduras, hay que ser responsables con el país.
Ustedes hablan de dos tipos de “paz”. El primero es el del “uribismo”, que pasa sencillamente por una victoria militar, por cualesquiera medios, sobre el adversario. El segundo estaría representado por Santos, el actual presidente, quien trataría de “recuperar” una “paz” en favor de los intereses de un sector de la oligarquía, la que podríamos llamar ”tradicional” (la empresarial exportadora). ¿Puede decirse que hay “aliados del proceso de paz” entre la oligarquía? ¿Dónde se sitúan los enemigos de la paz en Colombia en este momento? Explíquenos cómo ven estos dos modelos.
La oligarquía colombiana es una de las más guerreristas de América Latina, históricamente ha excluido a la oposición política y a los luchadores sociales por medio del asesinato, usando la violencia de sus aparatos legales e ilegales.
La naturaleza de esta oligarquía no le permite reconocer la existencia de la diversidad, del contradictor político, de la crítica social, ya que los entiende como una amenaza a sus intereses económicos y políticos, a su poder, a sus privilegios, y todo intento de buscar la paz con justicia social se entiende como una amenaza a su statu quo.
Varios hechos trascendentales en la historia del país registran que la élite dominante ha optado por la violencia y el terrorismo de Estado cuando ha visto amenazados sus intereses por el avance de procesos alternativos y populares que le disputan el poder.
Existen en Colombia enemigos poderosos de la paz en el gobierno, en el Estado, en los grandes grupos económicos, en los partidos políticos de la derecha, en el capital transnacional. Pero igualmente existe un gran torrente de fuerzas sociales, del campo popular y democrático cada día más creciente que apoyan y se movilizan por ella, a tal punto que hoy la opinión nacional es mayoritariamente favorable a la paz y reclama mecanismos, espacios y formas de participar en dicho proceso, el pueblo quiere ser protagonista. En este sentido, el ELN ha propuesto recientemente la construcción de un gran Movimiento Nacional por la Paz que movilice en un solo frente a los que buscamos un futuro digno para Colombia.
De ello queríamos hablar. El tercer tipo de paz es el que ustedes llaman “paz popular”, paz con dignidad y justicia social, cuya victoria depende del apoyo popular y de la unidad de la izquierda colombiana, una idea que estuvo muy presente -en positivo y en negativo- durante el reciente Congreso por la Paz celebrado en la Universidad Nacional de Bogotá durante la segunda mitad de abril. ¿Qué retos implica la “paz popular” para las fuerzas políticas y sociales de la izquierda colombiana, tanto las constituidas como las emergentes?
No es un pregunda fácil de responder, ya que la paz es un objetivo de la sociedad en su conjunto. El hecho es que los gobiernos dicen reconocer problemas estructurales, pero durante décadas no han hecho nada por solucionarlos, han actuado con violencia desenfrenada para proteger sus privilegios. Con motivo de la firma de los acuerdos previos sobre el tema de tierras en la Habana, el presidente Santos reconoció que con dichos acuerdos se atacaban problemas de vieja data, pero remató diciendo que si no se firmaba el acuerdo final, nada de lo acordado se llevaría a cabo. Ahí hay un mensaje ambivalente, pues el gobierno reconoce las falencias históricas en dicha materia, pero se niega a cumplirlas como debería ser, pues su interés no es solucionar los problemas estructurales de la sociedad, sino que para él la paz significa la desmovilización de la guerrilla.
De otro lado, la paz implica que la sociedad pueda exigir a los gobiernos el cumplimiento de sus responsabilidades, asunto difícil, pues a un Estado autoritario y guerrerista, que acude a la violencia contra la protesta social, no es fácil exigirle, y en eso se ha ido la vida de decenas de miles de dirigentes sociales.
También la paz implica voluntad y compromiso de las dos partes del conflicto, gobierno y guerrilla. La guerrilla puede tener voluntad de paz, y puede estar lista para ella, pero si el gobierno no quiere, se corre el riesgo de caer en trampas, de las cuales está llena nuestra historia. Por eso lo más sensato es una exploración responsable, donde las dudas puedan resolverse. Y esto juega para las dos partes y con transparencia para la sociedad. Se requiere de un proceso, de un camino que nos prepare a todos para la paz, nadie puede decir por sí mismo que está preparado para ello, no es algo que se pueda decir como palabras que se lleva el viento.
Una negociación es siempre una admisión de derrota por ambas partes. El gobierno acepta que no puede vencer militarmente a las fuerzas insurgentes y que debe cambiar su estrategia. En cuanto al ELN, ¿es agotamiento, impotencia, astucia? ¿O cree que ha cambiado algo en el plano nacional e internacional y en la forma de hacer política que recomienda el abandono de la lucha armada como procedimiento de cambio social? ¿O es sencillamente la respuesta a una demanda popular?
En la actualidad, parece que la estrategia del gobierno es usar el discurso de paz para legitimarse políticamente mientras continúa buscando éxitos militares.
El tema de la lucha armada y el uso de las armas es un gran sofisma de distracción de los poderosos del país y del capital transnacional, que lo usan para sus conveniencias. Dicen que la lucha armada ha perdido vigencia, y que ahora las acciones de resistencia y de transformación deben hacerse por la vía política, pero ellos si lo pueden hacer con las armas en todas partes, en Irak, Afganistán, Libia, Siria, etcétera. En estos casos no es delito enviar armas y alimentar conflictos en diversos países, porque está en correspondencia a sus intereses. Pero no es asi cuando son los pueblos quienes se levantan en armas. Igual sucede en Colombia.
En América del Sur se han abierto caminos de transformación hacia la democratización de las sociedades y de su vída política por caminos diferentes a la lucha armada, pero de grandes movilizaciones populares y de confrontación política, no exentos de peligros y de intentonas golpistas de la derecha militarista. Se marcha pese a las amenazas del imperio norteamericano, y donde el gobierno colombiano trabaja en la cabeza del plan desestabilizador junto a las burguesías lacayas de los países donde hoy se construyen otras alternativas para sus pueblos. Este entorno continental es favorable a la construcción de la paz, tanto en Colombia como en la región y es un aliado natural para este tipo de propuestas.
En Colombia, si bien la opinión y el movimiento popular son cada día más favorables a la paz, el gobierno de Santos no tiene una estrategia de paz, sino de guerra, se cree triunfador y quiere presentarse a través de un engañoso proceso de paz, como un presidente de paz, y su manejo oportunista de la paz lo está usando para lanzarse a la reelección.
Su mensaje ambivalente de “la victoria es la paz”, que le ha vendido a los militares, les está diciendo que es la victoria militar la que producirá la paz, también se lo presenta a la sociedad como si la paz fuese la victoria. Luego en sus discursos lo reafirma sin ambajes: La paz es a las buenas o a las malas. La única paz a la que se llega a las malas es la paz de los vencidos. Y así es muy difícil construir paz.
Las guerrillas no son algo que se inventaron cuatro locos, no. Son caminos que la misma sociedad creó ante la imposibilidad de construir cambios por la vía política. Nadie puede aguantar más de cincuenta años luchando con las armas por gusto, pues sin el apoyo popular sería imposible sobrevivir. No es la guerrilla la que se adapta a las realidades del conflicto, sino la sociedad la que se adapta a seguir ayudando a esas guerrillas, no es un problema de modalidades operativas, tiene que ver con las esperanzas y posibilidades de existencia de los pueblos y esto los gobiernos no lo podrán enteder nunca.
Pasemos a otro tema. Históricamente las relaciones han sido muy volubles entre las FARC y el ELN, de la confraternización al enfrentamiento incluso armado. ¿Qué ha ocurrido desde aquellos años en que se fundó la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, de la que ustedes dos eran las fuerzas fundamentales?
La Coordinadora fue un momento muy importante en la construcción de la unidad revolucionaria en Colombia; que de haberse mantenido, muy probablemente se hubiese avanzado con menos traumatismos en la lucha. En varias de las regiones donde compartimos territorios mantuvimos coordinación y realizamos iniciativas de manera conjunta, pero al no abordar asuntos esenciales de la estrategia, primaron las visiones y prácticas particulares de cada organización, y nos llevaron a acentuar caminos diferentes, e incluso hasta la confrontación
A finales de 2009 acordamos parar la confrontación militar entre las dos organizaciones, que nunca debió existir, y centramos los esfuerzos en reconstruir la confianza y avanzar en la superación definitiva de las afecciones que dejó el conflicto en el oriente del país y proyectarla a otras regiones.
En este tiempo cada organización adelantó sus actividades políticas con su propia iniciativa, y sólo intercambiamos lecturas de la realidad del país y el mundo, por eso no avanzamos en construir unificadamente un escenario de paz, así ambas organizaciones lo estuviésemos vislumbrando.
En el caso concreto de las negociaciones, ¿en qué discrepan las agendas de una y otra organización?
Al no existir hoy un diálogo de paz entre el ELN y el gobierno, no hay aún una agenda concreta que nos permita compararla con la que actualmente se discute en la Habana con las FARC. Muy seguramente podrían darse identidades en algunos objetivos globales y en otros particulares, y también habría diferencias en otros campos. En las metodologías sucedería otro tanto. Lo que no puede perderse de vista es que actuamos en un mismo país y la paz habrá de ser un proceso de confluencias.
¿Está la izquierda preparada para ser gobierno, aunque sólo sea a nivel municipal?
Esta pregunta partiría de reconocer que existen gobiernos en Colombia, pero lo que existe es desgobierno, durante más de 50 años la oligarquía ha administrado un conflicto para mantener su régimen, tiempo suficiente en que hubiesen podido solucionarse las causas esenciales de la crisis del país y por tanto del conflicto.
Hoy diversos países en el mundo han entrado en crisis profundas por la deformación de la política, entendida como la práctica que le da poder a unos pequeños grupos llamados “partidos políticos”. El arte de gobernar, hoy requiere de profundas reflexiones y cambios de las prácticas, que permitan reivindicar el sentido verdadero de la política, que no es otra cosa que la construcción colectiva de caminos para el futuro de las comunidades. Donde los objetivos que se buscan, así como la forma como se llega a ellos puedan ser controlados por la sociedad, algo así como una contraloría social.
Hablar de Gobiernos de raíces sociales implica una democracia participativa, no sólo que que se convoque a la gente a votar, sino a discutir los problemas y las formas de solucionarlos, que no se entienda que gobernar o legislar es un gran negocio, donde se dilapidan los recursos de la nación o las regiones.
La construcción de gobiernos de carácter popular, democrático, de izquierda está en camino, hay diversos ejercicios locales y regionales, donde en medio de la represión y presiones de todo tipo se intenta abrir caminos. Es un objetivo que puede lograrse con organización social, con fuerza social, pero no es fácil. Es un camino no exento de errores, y se requiere de una mayor participación de las comunidades en el diseño de sus planes y en el control de la ejecución de ellos.
Es necesario superar la creencia de que la izquierda debe ser sólo una fuerza electoral.
¿Dónde está la izquierda en Colombia y qué y a quiénes representa?
La izquierda colombiana está en las organizaciones sociales, en organizaciones populares, en movimientos políticos nacionales y regionales, en las expresiones organizativas de los pueblos originarios y comunidades afrodescendientes, en comunidades en resistencia, en organizaciones juveniles, estudiantiles, campesinos, trabajadores, de mujeres, de género, de luchadores por la defensa de los Derechos Humanos, en organizaciones de víctimas, de desplazados, de presos políticos, y, claro, en la insurgencia.
¿Por qué hay tantas divisiones en el seno de la izquierda colombiana y de qué manera influyen estas divisiones en el proceso de negociación con las guerrillas?
En toda colectividad existe la diversidad, es parte de la vida y de la naturaleza humana, y más en la práctica social, y por tanto en la actividad política. Si bien las divisiones se dan en sociedades sin conflicto armado, en una sociedad como la nuestra es mucho más complejo encontrar soluciones en medio de la resistencia. Resistir, sobrevivir -en sí mismo- entraña una tremenda dificultad. Construir caminos de futuro que nos unifiquen, en medio de la resistencia, es un tanto más complejo. Pero confiamos que en la medida en que todos vamos siendo más capaces de resistir y construir nos vamos respetando y apoyando. Y uno de estos objetivos es la construcción de la paz.
En las dos últimas décadas, como resultado del acoso del Estado pero también de los propios errores y de los cambios en las relaciones de fuerza continentales, parece que se ha producido un distanciamiento entre las fuerzas insurgentes y los movimientos sociales, indígenas y campesinos, los cuales reclaman también una “paz popular” pero no se identifican necesariamente con la visión y la estrategia de las guerrillas e incluso llegan a chocar con ellas sobre el terreno. ¿Cómo se puede garantizar su participación en las negociaciones de paz?
Los integrantes de las guerrillas son colombianos, campesinos, trabajadores urbanos y rurales, de comunidades diversas, del movimiento social, por naturaleza tenemos identidades en las expectativas de futuro y por tanto de lucha, como también diferencias. Coincidimos en las esperanzas y en las luchas que cada uno adelantamos, pero no estamos en los mismos espacios.
Muy seguramente cuando se da confrontación militar y se da en los territorios de las comunidades se viven situaciones complejas, y tratamos de no producir afecciones y respetamos la integridad de sus pobladores, así como los procesos organizativos o autoridades propias.
En un proceso de diálogo que busque una paz verdadera se requiere de la participación directa y protagónica de los diversos sectores de la sociedad, de manera especial los excluidos y marginados. La guerrilla no puede caer en la suplantación de las comunidades, organizaciones o movimientos sociales, la arquitectura de su participación es parte vital en la construcción de un camino hacia la paz.
Hace nueve años, el comandante Milton Hernández nos decía en una entrevista que en Colombia era mucho más peligroso hacer política que luchar en la guerrilla. La historia le sigue dando razón. ¿Cómo encaran ustedes los riesgos de una normalización? ¿Qué tipo de garantías pueden recibir de que hacer política, tras unos eventuales acuerdos, no será como firmar una condena de muerte?
El conflicto social y armado ha sido inherente a este modelo de sociedad y de régimen político en Colombia, y el desangramiento de la sociedad ha sido de dimensiones descomunales. Quien más dolores y heridas ha padecido ha sido el pueblo, la gente que lucha, que protesta, que se moviliza; luego se cansa de recibir tantas heridas y termina en la guerrilla defendiéndose.
El principal riesgo para la paz no es lo que les pueda pasar a los individuos, sino lo que le pueda pasar a la sociedad. Por ejemplo, que sigan intactas las causas que originaron el conflicto social y armado, y la crisis del país siga igual.
Hasta la fecha los acuerdos de paz que se han firmado en Colombia les han garantizado, a quienes han abandonado la lucha armada, la participación en la política bajo las mismas reglas de juego excluyentes que siguen reproduciendo el conflicto y la crisis del país, y de alguna manera han legitimado al régimen por momentos y han alargado aún más el conflicto.
Se pueden firmar muchos papeles y acuerdos, pero si la oligarquía no ve un pueblo organizado no va a cumplir nada. Por esta razón hay que llenar de pueblo el camino hacia la paz.
Una cuestión fundamental, junto a la autodeterminación económica y social, es la cuestión de las víctimas. Se insiste una y otra vez en que no puede haber paz sin justicia social, pero tampoco sin reconocimiento de responsabilidades en la violación de los derechos humanos y sin reparación a las víctimas. Este es, sin duda, otro obstáculo mayor en la consecución de una paz que va a cuestionar necesariamente la impunidad de los gestores civiles y militares del aparato del Estado en los últimos 60 años.
¿Cómo concibe el ELN en concreto la idea de “justicia transicional”?
Todo lo que tiene que ver con las soluciones a lo que aconteció en el conflicto deben ser materia de discusión y acuerdo entre las partes. Esta ha sido y es una guerra contra del Estado contra el pueblo. Si miramos los registros de las víctimas del Estado y su paramilitarismo, todas, absolutamente todas son personas pobres, humildes, trabajadores y luchadores contra la injusticia. Esta verdad no la puede refutar nadie. Este es el principal dolor de Colombia.
En el marco de un acuerdo de paz, Colombia debe transitar hacia la reconciliación nacional, y no hay otra vía que asumir los principios de la Verdad, la Justicia, la Reparación y el compromiso de que nunca más se volverá a repetir esta historia dolorosa. En esta ruta muy seguramente se necesitará trabajar.
La “justicia transicional” se ha manejado como la “justicia por un ratico” mientras engañamos a las víctimas para que todo siga igual.
En sus casi 50 años de lucha armada, ¿reconoce haber violado alguna vez el ELN las normas internacionales de respeto a la población no combatiente?
En el ELN se han presentado casos individuales de transgresión al Derecho Internacional Humanitario, DIH, pero jamás como política de la Organización u orientación expresa de sus mandos, sino por errores o accidentes. En todos ellos el ELN ha asumido su responsabilidad y ha aplicado los códigos internos a quienes han resultado implicados en tales hechos.
En Colombia, a mediados de la década de los ochenta, el ELN fue el primero en reconocer la aplicación del DIH, El Protocolo II referido a los Conflictos Internos, muchos años antes que el Estado lo mencionara, pues no los aplica. También hemos insistido en la necesidad de la Humanización de la Guerra, que significa acordar normas en lo más critico del actuar humano, las guerras, pues si no asumimos normas que las pueden regular iríamos por el despeñadero del no retorno, que fue lo que no midió el Estado al agenciar el paramilitarismo.
La diferencia entre una banda y un Ejército radica en que éste último se constituye por y para la defensa de los ideales y razones de existencia de una colectividad. Dirige su actuación militar contra los agentes armados que la agreden y atacan. Mientras que los agentes no armados que la adversan los trata con otros medios y formas buscando su rectificación y la continuidad de vida evitando la confrontación militar.
En los conflictos militares la vida es más compleja, y los límites de lo permitido puede ser vulnerado por individuos o colectividades, por esta razón se requiere de mando responsable, para controlar y asumir las responsabilidades de la actuación de sus tropas.
Hablando de derechos humanos: mientras se negocia en La Habana con las FARC y se apunta a inminentes diálogos con el ELN, la guerra no se detiene en ninguno de sus aspectos. Por ejemplo, sangrante es el trato que reciben los presos políticos y de guerra en las cárceles colombianas. ¿Qué tiene el ELN para decir al respecto?
El problema va más allá de lo carcelario, y tiene que ver con el sistema judicial y acusatorio, pues antes de ir a un juicio, ya se está condenado por la Fiscalía, no importa si los testigos son delincuentes y mercenarios de la justicia. Lo que el sistema busca es una “justicia intimidatoria”. Y enseguida de esto se encuentra el sistema carcelario, donde el preso llega a vivir una situación infrahumana en todas las condiciones de la existencia, y más aún con el actual diseño que ha sido copiado de los Estados Unidos: hasta en eso dependemos.
La privación de la libertad de luchadores políticos y sociales hace parte de la estrategia integral del Estado en procura de doblegar la voluntad popular y de intimidar a la oposición. Un mayor nivel de represión reciben los compañeros guerrilleros que han sido apresados y judicializados, a quienes les da un trato indigno. Más allá, el gobierno ha querido invisibilizar la existencia de presos políticos en Colombia en su intento por negar la existencia del conflicto.
En el marco de un proceso de paz, naturalmente el asunto de los presos políticos es unos de los temas a tratar.
El 18 de enero ustedes retuvieron a dos ciudadanos peruanos, tres colombianos y un canadiense que trabajan para la multinacional canadiense minera Braveal, en el departamento de Bolívar, al norte del país. Esta acción tuvo repercusión internacional y desató una intensa ofensiva militar en la zona, sin resultado. En febrero el ELN liberó a los ciudadanos peruanos y colombianos, mientras que mantiene aún cautivo al canadiense Jernoc Wobert, vicepresidente de exploración de la compañía. ¿Cuál es la lógica de esta acción?
Una de las banderas de lucha del ELN es la defensa de la soberanía nacional, en esa dirección ha realizado acciones para confrontar la política entreguista de los diferentes gobiernos, denunciar las consecuencias nefastas que ellas tienen para la nación y proponer una política soberana en el manejo de los recursos naturales y energéticos, y la defensa de los ecosistemas y la biodiversidad.
La denominada “locomotora minera” del gobierno Santos es un agresivo plan orientado a continuar entregando los recursos de la nación a las corporaciones mineras transnacionales asociadas al interés de la oligarquía colombiana. Esto ha provocado un incremento de la militarización para facilitar la apropiación de los territorios de las comunidades, violando los derechos humanos. Así como también destruyendo los ecosistemas con graves consecuencias para la sobrevivencia de todas las especies en el inmediato futuro.
La retención de los ciudadanos extranjeros está en correspondencia con nuestra política de defensa de la soberanía nacional y de los recursos naturales.
La empresa transnacional, valiéndose de trampas le arrebató a las comunidades los títulos mineros, y habría que mirar si efectivamente el ingeniero canadiense tenía la documentación en regla para laborar en Colombia. En este sentido, nuestra acción es para defender el derecho de las comunidades, el patrimonio nacional y nuestra soberanía. El ELN está por la explotación soberana de nuestros recursos naturales, por la preservación de los ecosistemas y porque todo proceso productivo beneficie prioritariamente al país, las regiones y las comunidades que habitan dichos territorios.
El gobierno colombiano se ha empeñado, de manera infructuosa, en presionar militarmente para buscar el rescate del canadiense, pero no ha movido un dedo para que la multinacional Braewal Mining Corporation devuelva los títulos mineros a sus verdaderos propietarios.
En un reciente comunicado, el ELN insiste en “la congruencia total entre medios y fines (...) porque el camino y la forma de recorrerlo son tan importantes como el destino mismo”. Éste es sin duda un principio coherente con sus raíces camilistas y cristianas, inseparables del nacimiento mismo del ELN, y quizás hoy más importante que nunca. ¿Cómo se piensa desde el ELN la relación entre ética, democracia y socialismo?
Jamás puede separarse la meta del camino, ellos siempre están juntos. Esto quiere decir que no bastan las “buenas intenciones”, el futuro no lo puedes separar de lo que hoy haces y de cómo lo haces.
Hoy se habla de la “ecología de la acción”, en el sentido que toda acción que realiza el ser humano produce efectos inesperados, y por tanto hay que educar en la responsabilidad que debe tenerse con todo lo que hacemos, donde no sólo bastan las “buenas intenciones”, sino el saber actuar con la ética de la vida, en correspondencia con la naturaleza, el planeta y el cosmos.
El ELN reivindica los principios del Cristianismo originario que revalorizó el sacerdote Camilo Torres y lo vinculó a una práctica de hermandad con todos los seres humanos en un pensamiento y práctica ecuménica, de respeto y reconocimiento por todas las religiones y creencias de sociedades, donde la creencia individual está inmersa dentro de la vivencia en comunidad, ya que toda religión necesita un ámbito social. En este sentido la ética va más allá de la religión y del derecho, ella vela por el presente, pero quiere alumbrar el futuro.
Los entendidos dicen que el centro de la ética es la libertad del ser humano, como presente y como futuro; otros la relacionan con la felicidad, pero no hay felicidad más grande que la existencia en libertad. Ahora, la construcción de un camino de libertad, como camino colectivo es asunto de la verdadera política, que tiene que ver con la voluntad que se va creando junto con otros para hacer posible ese proyecto de sociedades libres, equitativas, justas y felices, que de otra manera se llama socialismo. La economía, los recursos, la forma como se produce, etc., deben estar en función de garantizar esta suma de felicidad para todos.
La democracia es la forma como se construye ese camino colectivo, que es la suma de las experiencias y voluntades colectivas, y no hay otra forma que no sea la participación de todos, sin exclusiones. Que hay reglas de juego y demás normas, pero que la historia las irá superando, para reivindicar en últimas la democracia participativa directa. Lo demás es una falacia.
Volvamos con las negociaciones. Para el éxito de ellas será determinante el apoyo internacional, tanto desde abajo como desde arriba. Hace unos días, el propio papa Francisco I declaraba al presidente Santos su apoyo a las conversaciones de La Habana. ¿Qué pedirían ustedes a los gobiernos, las organizaciones, los líderes de todo el mundo?
De darse un proceso de diálogos, sin duda hay que buscar acompañamiento y respaldado de la comunidad internacional ya que brindaría mayores garantías. En el caso del ELN trabajamos porque se de en el marco del respeto a nuestra soberanía, como organización y como país. Agradecemos los esfuerzos que varios países vienen haciendo por ayudar a una salida política al conflicto.
Estados Unidos carece de ética a la hora de pretender convertirse en el juez mundial para calificar la actuación de gobiernos y organizaciones no afines a sus intereses, puesto que los gobiernos gringos se han erigido como los grandes promotores del terrorismo internacional, basta hacer un recorrido por la historia en las últimas cinco décadas y más recientemente por lo que está sucediendo en Oriente Medio y sus acciones desestabilizadoras en Latinoamérica.
¿Qué papel pueden cumplir Cuba y Venezuela, así como los nuevos organismos multiestatales nacidos en el continente y no supeditados a la agenda de EEUU, como la CELAC, UNASUR o el ALBA? ¿Cómo repercutiría una Colombia en paz?
Cuba y Venezuela han sido dos de los países comprometidos con la paz de Colombia, con mucho interés se han dispuesto a contribuir en varios momentos donde se ha buscado la paz. Tanto el gobierno de la Habana como el de Caracas decididamente han realizado importantes gestiones en dicho propósito y en la actualidad los seguimos viendo con el mismo talante.
Los organismos multilaterales constituidos en los últimos años en América Latina, si bien no han jugado un papel preponderante, se han pronunciado en múltiples ocasiones a favor de la superación del conflicto en Colombia. El ELN confía que dichos organismos jugarán un papel en la medida que los procesos sean reales.
El comandante Chávez hizo suya la bandera de la paz de Colombia como ningún otro mandatario lo ha hecho. Esta dedicación no fue valorada por el gobierno de Colombia en su momento, y trató de utilizarlo con fines perversos. Sin embargo se convirtió en el abanderado sincero de la paz, delegando al actual Presidente Nicolás Maduro la continuidad de ese propósito. Lo que no le importa a la derecha de Venezuela que sueña con regresar al poder.
Una Colombia en paz, que implicaría su democratización, impactaría positivamente en toda la región, habría más estabilidad para todos, un fortalecimiento de relaciones fundadas en el respeto, la cooperación y ayuda mutua.
¿Y qué pasa con Europa? En años anteriores, varios países de la UE se involucraron en conversaciones, ¿por qué no lo hacen ahora?
La política guerrerista del gobierno de los Estados Unidos intensificada a partir de lo acontecido el once de septiembre de 2001 produjo un incremento significativo de acciones contra las luchas de resistencia de los pueblos a nivel mundial.
La denominada “guerra contra el terrorismo” termina comprometiendo a los europeos en la cruzada contra-revolucionaria emprendida por los norteamericanos. El grueso de los países europeos son funcionales a la estrategia de guerra imperial, así lo evidencian Francia, Inglaterra y España, para mencionar unos pocos. Plenamente demostrado con sus acciones intervencionistas en Libia y Siria, todos cubiertos con la máscara de la OTAN.
De otro lado, hoy Europa vive su propio calvario, una crisis social, económica y política profunda, que requiere mirarse a sí misma y quizá aprender de la nueva política que se abre camino en América Latina. No obstante, hay que destacar el papel que algunos países donde la paz es esencial en su política internacional, y que de una u otra manera han hecho esfuerzos por la paz de Colombia, validan la solución política en Colombia y han manifestado su interés por contribuir al logro de dicho propósito.
¿Cree que hay alguna posibilidad de que EEUU retiren a las FARC y al ELN de la lista de “organizaciones terroristas” para facilitar el proceso de negociación?
Si bien, el gobierno estadounidense no posee autoridad moral para señalar o no de terroristas a gobiernos u organizaciones que no obedecen a sus reglas, el poder de imperio que aún tiene en el mundo, obliga a estados e instituciones internacionales a obedecer sus mandatos.
Solicitarle a los Estados Unidos que retire de la lista de terroristas a la insurgencia colombiana, es como si el sacerdote le solicitara al diablo que lo confesara, o pedirle al diablo que celebre misa.
Y, finalmente, ¿por qué EEUU se preocupa ahora por la paz en Colombia cuando es la que más ha alimentado la guerra y proporcionado más armas, asesores y entrenamiento?
Para la Casa Blanca la paz de Colombia significa la derrota de la insurgencia o su desmovilización, para que sus negocios puedan ser más rentables. Esa es la imagen que el gobierno de Santos le ha vendido, a lo mejor creen que ese momento ha llegado.
Estados Unidos lo que siempre ha hecho es alimentar el conflicto, pues su política de apoyo a los regímenes militaristas, es simplemente la transferenecia de dineros públicos a las empresas norteamericanas fabricantes de armas, pues los dineros que entregan a los gobiernos deben ser gastados en compras a dichas empresas gringas, es su política de oxigenar su economía, es su vieja doctrina de reactivar la economía por la vía de financiar las guerras.
Esta injerencia en Colombia, con la financiación de la guerra y los apoyos de diferente tipo han postergado y dificultado una salida política al conflicto, han prolongado la confrontación. Su objetivo ha sido buscar el aniquilamiento de la guerrilla, la derrota de todo brote de oposición.
Bajo el supuesto de claudicación de la guerrilla, pretenden involucrar a las Fuerzas Armadas del gobierno colombiano en conflictos internacionales, es la pretensión de fungir como potencia militar regional y mundial. Vanidad de tontos sería el creerse gendarme, en los tiempos en que el mundo pide paz.
Junio de 2013
Preguntas propuestas por Santiago Alba Rico y Hernando Calvo Ospina (*).
(*) Santiago Alba Rico es escritor y filósofo, residente en Túnez. Hernando Calvo Ospina es periodista y escritor colombiano, residente en Francia y colaborador de Le Monde Diplomatique. http://hcalvospina.free.fr/.
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